jueves, 8 de noviembre de 2012

A Luis se le atragantó el Don (crimen en Fuentespreadas)


1. Introducción
  
Otro día fui al pajar, a la hora de la siesta, a charlar con Pedrito, el criado de mis padres. La casa estaba en silencio. Y en penumbra. Puertas y ventanas cerradas para evitar en lo posible que el intenso calor del verano penetrara en ella. Solo algunas rendijas en el tejado, la chimenea y la gatera de la puerta trasera dejaban pasar los rayos del sol. Las moscas revoloteaban en la cuadra entre las mulas y los bueyes. Algunas quedaban enredadas en las telarañas. Para su desgracia. Se oía un moscardón.

En el pajar, echado en la paja, Pedrito descansaba. Estaba despierto. Al verme sus ojos se iluminaron y una sonrisa pícara asomó a sus labios. Tenía ganas de charlar. Aquella mañana el trabajo no le había cansado.

-Te acuerdas -me dijo- de la historia que te conté de Luis 'El Lorito'...

-Si -contesté- el que robó los cálices de la bodega del...

-Pues se convirtió después -siguió Pedrito sin oirme- en don Luis 'El Delgadillo'...

-¿Y eso? ¿Es que enflaqueció?...

-No. Se casó con doña Delfina, dueña del Palacio de Los Delgadillos.

-Es decir que se marchó de Fuentespreadas.

-El Palacio de Los Delgadillos está en Fuentes.

-Aquí no hay ningún palacio.

-¡Como que no! Este es el palacio de Los Delgadillos.

Me puse a reir con ganas. Pedrito me miraba con su sonrisa burlona. Era pequeño de estatura, rostro curtido por soles y vientos, cara angulosa, ojos castaños y arrugas en la comisura de los labios. Daba la impresión de un niño adulto. Cuando terminé de reirme me habló de esta manera:

-La risa es signo de ignorancia. A ti, que has vivido siempre aquí, te parece exagerado que a esta casa se le llame palacio. Pero no me lo he inventado, lo dice José Mª Gonzalez en su libro sobre Fuentespreadas (*). Y aunque no lo hubiesa escrito él tiene todo lo necesario para serlo, hasta un escudo. Al menos para mi, que vivo la mayor parte del año en un cuchitril con mis padres, me parece un nombre apropiado. Date cuenta que tiene pajar, por ejemplo. Un pajar con cinco compartimentos cada uno de cuales es mas grande que la casa de mis padres. Luego las cuadras en las que caben seis o mas animales con pesebres de varias clases y altillo encima para el heno; horno con  chimenea y una sala contigua; al lado pasillo y poyos de piedras donde duermen los criados; sobrado con siete u ocho salas donde se almacenan los cereales, encima de los cuales se colocan uvas, peras y melones que tenéis para buena parte de invierno; corral con tenadas para el heno y los manojos; bodega de tres arcos con pozo; casa con zaguan encantado, poyos y una hornacina para tres cántaros de arcilla para agua; ocho habitaciones y cocina con una chimenea de alto vuelo y hogar para la lumbre; a ambos lados de él dos escaños, uno de ellos se transforma en mesa para por lo menos seis comensales; el techo de la cocina se ve cubierta de longanizas, chorizos, cabeza y rabo de cerdo, que chorrean hasta que quedan curados; una fresquera, un  armario, estantes para la loza y mas al fondo una despensa donde se guardan los productos de la matanza ya curados: jamones, chorizos, longanizas, tocinos...; mas alubias, garbanzos, lentejas... Si a esto le añades el terreno, delante de la casa, con varios departamentos para ganado... Ya me dirás tu si no es un palacio... No será como los que salen en las películas pero...

-Visto así...

Me miró a ver si decía yo algo mas. Al seguir callado continuó:

-Aquí se transformó Luis 'El Lorito' en don Luis. Un día, a estas hora y en verano, lo encontraron muerto en la bodega. Según el informe de la Guardia Civil el interfecto se acercó a la bodega en busca de vino y, como los peldaños eran, y lo siguen siendo, irregulares, debió de tropezar y resbalando escaleras abajo por la humedad  de la bodega dio su cuerpo en un poste que sostenía una roca agrietada del techo; el poste se quebró a consecuencia del golpe, la roca se desprendió aplastándole el cráneo de Luis 'El Lorito'.

-¡Pobre! Mala suerte. ¡Adiós don Luis!

-Ese fue el informe policial, que no convenció a todos.

-Cuenta, cuenta.

-Te lo tendré que contar en varias sesiones. Es largo.

-No importa. Cuando quieras puedes empezar.

-No, ahora no. Voy a enganchar las mulas. Hay que trillar en la era del Juncal.

-Aquí estaré mañana a la misma hora.

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(*) Libro: Breve historia de la villa de Fuentespreadas
Autor: José Mª González Aguado
Depósito Legal: ZA-III-2005
Imprime: Gráficas Artime
Zamora

2. Trabajo y amor de Luis 'El Lorito'

Al día siguiente, Pedrito continuó narrando de la manera que pongo a continuación, mas o menos, la historia de Luis 'El Lorito'; digo mas o menos porque han pasado muchos años y la memoria con el paso del tiempo se deteriora, por lo menos la mía:

-Luis 'El Lorito' vivió varios años en casa del cura párroco don Gregorio. Le ayudaba en asuntos de la Iglesia: arreglar figuras de santos, vírgenes y cristos, limpiaba el templo con las beatas, incluso tocaba o repicaba las campanas. Era un sacristán oficioso y eficaz. 

El párroco, unas semanas después de salir de la cárcel, lo envió a Zamora a casa de unos anticuarios con el fin de  tenerlo alejado del pueblo y, de paso, para que se empapara de su comercio de antgüedades. De esa manera el mozo adquirió conocimiento de lo que era valioso de verdad y no falsas imitaciones. Cuando volvió poseía suficiente sabiduría para discernir por qué pieza convenía pujar para comprarla y hasta cuánto; y que antiguedades no eran siquiera dignas de perder el tiempo y el dinero por ellas. Para empezar fue recorriendo casas de su pueblo con el objetivo de atisbar tesoros que, para el dueño de la casa, no valían un pimiento. Pero no se quedó ahí, recorrió los pueblos del entorno y, como era ayudante del párroco, se entrevistaba con los curas para ver si pudieran ser posibles suministradores de figuras de las iglesias. Miraba los templos. Y, a veces, se detenía a contemplar piezas casi carcomidas observando la reacción del párroco. Así palpaba la sensibilidad del cura captando si le parecían despreciables o no y le ofrecía precio según a la conclusión que hubera llegado. Algunos se resistían a vender algo que no era suyo. Mas otros se dejaban agasajar fácilmente. Como se había introducido en el mundo de los anticuarios sabía colocar los objetos mal adquiridos o robados de manera que, en un santiamén, desaparecían de la circulación para adentrarse en circuitos semiclandestinos que recorrían miles de kilómetros alejándolos del lugar donde podían ser conocidos. Era un negocio que, al cura y la sobrina, reportaba buenos beneficios. 

De la iglesia de Fuentespreadas y de otras cercanas, amén de piezas de labradores, se podrían, sin duda, ver en la otra punta de España y también pasaron al extranjero. 

Luis 'El Lorito' se daba cuenta que se estaban a provechando de él. Recibía, eso si, una parte mínima de los buenos cuartos que las antigüedades reportaban. Al principio quedó satisfecho pues, como un plus, además, a ratos yacía en tálamo, casi clandestino, con doña Fidelia. 

Mas cuando don Gregorio lo tubo bien atado de raterías anticuarias consideró que era ya el tiempo que debía irse de su casa; pero sin que se sintiera herido por ello. No le convenía que se enfadara. De modo que comenzó a sondear a varias feligresas solteras en el confesionario y fuera de él con el fin de hallarle una compañera con la que pudiera casarse. Maniobra que no le pasó desapercibida al 'Lorito' educado, como estaba, en el arte del disimulo, del paso silencioso y del escuchar conversaciones ajenas. Arte que, en el templo, realizaba divinamente don Gregorio. Otro arte o artimaña que llegó a manejar a las mil maravillas fue el lanzar mensajes aparentemente inofensivos pero que llevaban un veneno que se metía de inmediato en las víctimas. 

Él, por su cuenta, y con el arte que antes te indicaba, tanteó a una de las devotas de San Cristobal, patrono de la iglesia de Fuentespreadas, Angustias, que, además de rica heredera, se sabía que moriría pronto. Con lo cual, pensó, si lograba casarse con ella, heredaría una fortuna. Algo había avanzado el exseminarista en la conquista de la fortaleza pero, cuando el párroco comenzó su labor de zapa, la beata se abrió, como los pétalos de una flor, a los requiebros y zalamerías de Luis, el hijo de Eufrasia y Teodomiro.

Tanto que dejó la casa del cura y se fue con sus padres sin abandonar por ello la iglesia a la que acudía muy de mañana y se postraba de hinojos ante el altar para agradecer al santo San Cristobal los frutos obtenidos de su devota Angustias. Pronto fue presentado a los padres de ella que dieron su parabien. Y todas las tardes la iba a buscar a su casa, paseaba con ella por los alrededores de la Fuente del Caño y se metían en la negrillera para ocultar a miradas ajenas sus arrullos de amor; desembocaban mas tarde cogidos de la mano en la iglesia a rezar el Santo Rosario. 

La chica pareció rejuvenecer, reía y cantaba y le salieron colores rosados en las mejillas que antes tenía macilentas.

Por las mañanas, Angustias, se acercaba a ver a su amiga Delfina Delgadillo, otra rica heredera del pueblo a la que le contaba lo feliz que era, encareciendo de paso las virtudes de su querido Luis. Su amiga, una moza culta, le aconsejaba que contuviera su entusiasmo, que no tuviera prisa en acudir a la coyunda, que meditara sus pasos. Lo decía porque sabía de las habladurías sobre el tal 'Lorito'. Aunque, ella, de una manera objetiva, no veía con malos ojos al mozo: alto, fuerte, rubio, educado, religioso. 

¡Eso si, de familia pobre!

Angustias escuchaba a su amiga y le oía recitar a San Juan de la Cruz, a Fray Luis de León, a Santa Teresa... Y se marchaba a la hora de comer riendo, cantando y recitando eso de: ' Buscando mis amores / iré por esos montes y riberas; / no cogeré las flores, / ni temeré a las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras.' 

¡Qué feliz se encontraba!

Así siguió la vida diaria de esta devota de San Cristobal. Mes tras mes. El mozo ya entraba en casa de la novia por lo que los padres vieron conveniente concretar la fecha de la boda para no dar alas a las lenguas viperinas. Y así hicieron: en cuatro meses se casarían: el 15 de septiembre.

¡Ay, pero el Destino tenía otros planes! Poco antes de la boda se puso enferma y en dos semanas murió.

-Otro día te sigo contando. Tengo ya que uncir las mulas para ir a trillar a la era. El Juncal me espera.

3. Argimiro 'El Modorro'

Al día siguiente, si mal no recuerdo, acudí al pajar. Pedrito estaba dormido y me quedé con las ganas de oír la continuación de la historia. Cuando llevé la merienda a las eras del Juncal, me preguntó por qué no había ido al pajar. A mi respuesta dijo tajante:

-Otra vez me despiertas. Te espero mañana a la misma hora.

Y añadió que me hablaría de Argimiro 'El Modorro'.

Argimiro 'El Modorro' era vecino de Luis. Las casas de sus padres estaban separadas por una pared de adobe. Desde niños habían jugado juntos y de jóvenes siempre se les vio uno al lado del otro en ocasiones donde los amigos necesitan rubricar su camaradería. Por lo que a nadie extrañó que, cuando falleciera la novia de Luis, fuera su sombra dolorida. El abrazo de ambos en el cementerio conmovió a toda la concurrencia e hizo llorar a las mujeres, las cuales prorrumpieron en gritos lastimeros. Sobre todas ellas sobresalió el lamento de doña Delfina, señora del palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas; y tampoco chocó esta muestra de desgarro por ser ella íntima amiga de la difunta y ama de Argimiro.

La vida de estos amigos corrió paralela. Si a Luis lo acogió el párroco de niño, a Argimiro lo alimentaron los padres de Delfina en su casa. Y si a uno dejó de hablarle el cura cuando abandona los estudios eclesiásticos, al otro lo echaron de la casona tras apercibirse los dueños de que hacía ciertas bellaquerías con su hija detras de las puertas. Y aquí terminaron sus andanzas juntos, pues a Luis, como sabes, lo metieron en la cárcel y Argimiro, muertos los padres de Delfina, volvió al palacio. 

Mas no, como algunos pensaron, a continuar con sus juegos carnales de adolescentes sino como criado a trabajar de firme. Ya muy de mañana, cuando apenas la aurora iniciaba sus matutinos destellos, aterido de frío en pleno invierno, se le veía dirigirse a la casa, con el sueño en sus ojos; allí ponía leña en el hogar y la prendía para que la dueña, cuando se levantase, se sentara en el escaño a desayunar con la cocina caldeada; luego, daba de comer a bueyes y mulas, ordeñaba las vacas, limpiaba las cuadras y, llenos los asnales de estiércol, lo transportaba hasta el corral; allí echaba la comida a los cerdos, paja a la burra, granos de trigo a las gallinas; y bajaba a la bodega a llenar jarras de vino para los jornaleros. Al llegar a la cocina con el vino, lo metía en la despensa y se sentaba a desayunar con el ama que había preparado un suculento almuerzo compuesto de huevos fritos con chorizo y sopas de leche. En el transcurso del mismo se discutía sobre las labores a realizar en el campo: arar, aricar, cavar, sacar la remolacha, cortar los sarmientos de las cepas... Cuando Argimiro insistía en llevarle la contraria discutían, sin consentir ella que levantara la voz. Llegaron a estimarse, incluso intimar... Mas en la imaginación de él que en la inclinación o predisposición de ella.  A veces le hacía gracia a ella la voz aflautada de Argimiro y como lo viera sonrojarse le acariciaba la cara diciéndole:

-No te enfades. No me río de ti.

Argimiro tenía una voz dulce, un si es no es femenina y en momentos tan aguda que algunos decían aflautada y para los criados, que estaban a su cargo, chillona. De cara redonda, boca sonriente, ancha, con dientes muy separados; si lo cabreaban apretaba los labios y sus ojos azules se volvían acerados y daba hasta un poco de miedo. Eran unos segundos que, al que los contempló, le hizo pensar que su campechanía era superficial. En alguna borrachera quiso agredir a un criado fornido y si no hubiera sido por su amigo Luis el otro le hubiera zurrado la badana y habría corrido la sangre pues escondía 'El Modorro' una navaja en el bolsillo. Eran arrebatos. El comportamiento cotidiano era de pura mansedumbre. 

Al morir su amiga Angustias, Delfina solía preguntarle por el estado de su amigo Luis. La contestación era siempre la misma:

-Lo estaba pasando mal pero lo superará. Es muy fuerte. 

Y seguía contándole aventuras por los pueblos de los alrededores en los que hacía hincapié, adrede, en la temeridad, dureza y frialdad en la conquista de las mozas de su amigo; hechos ajenos al recogimiento, piedad y devoción que demostraba en la iglesia. Defectos que agrandaban la personalidad del hijo de Eufrasia y Teodomiro.

Terminados sus relatos y acordadada la faena, él y otros criados marchaban al campo.

-Como yo que tengo que levantarme de la siesta para ir a trillar al Juncal, otro día te sigo contando cosas de don Luis 'El Breve'.

4. Las dos amigas y 'El Lorito'

La relación de Delfina con Angustias fluyó de una manera natural debido a la ubicación de ambas en familias ricas. Los prejuicios de la abundancia se dan en todas las sociedades por pequeñas que sean. La habitación de un ser, desde la mas tierna infancia, en ambientes del mismo nivel de riqueza moldea los espíritus de tal modo que arrasa, en general, las diferencias personales; o por lo menos propicia el entendimiento de las gentes de esa clase. Del mismo modo, la coexistencia en la pobreza, en habitáculos estrechos, en la escasez, iguala las conciencias de los habitantes de ese nivel y choca con el contrario. Así, ambas mozas, niveladas en su personalidad por la procedencia de clase se entendieron muy bien, llegando su trato a adquirir categoría de amistad. Pasaban el tiempo o bien en una casa o en la otra. Y como sus moradas estaban equidistantes de la iglesia parroquial, en ocasiones se citaba allí para efectuar labores de limpieza o adorno del templo. Hay que decir que, a este tipo de distraciones, era mas proclive Angustias que su amiga. Porque, aunque la riqueza, la abundancia, las nivelaba, no tanto como para definirlas como dos gotas de agua, había diferencias entre ellas, por ejemplo: una era devota de San Cristobal, santo patrón de la iglesia de Fuentespreadas y la otra de Nuestra Señora del Rosario.

Tenían marcadas otras divisiones pero eso te lo diré mas tarde.

Lo cierto es que el tiempo pasó y no hallaron mozo con el que casarse, ya que el hecho de ser ricas era ya, de por si  una barricada para muchos de los jóvenes del pueblo; jóvenes que no se atrevían a cortejarlas al contemplarlas, como las miraban, fuera de su órbita, volando en otra galaxia. Si a esto se añadía que, sus figuras, como hembras, no eran lo que se dice muy muy agraciadas; pues la una, Delfina, estaba, según la comparación popular, planchada; es decir: no tenía, al menos a la vista, pechera pronunciada; a la otra, Angustias, con la tez muy pálida, la enfermedad le jugó malas pasadas.

Eso si, había otras diferencias: Delfina tenía un carácter áspero, un tanto marimandona; gustaba de la literatura sobre todo la poesía; su amiga, por el contrario, por no ofender no hablaba con las gentes y, aunque no leía mucho, le gustaba oír los poemas que su amiga recitaba. Por lo demás, se decía que eran mozas viejas que estaban ya para vestir santos; y eso es lo que hacían, Angustias sobre todo, adornar las figuras de la iglesia.

Conocía Angustias a Luis 'El Lorito' por ser sacristán. Sin haber intercambiado apenas  palabra con él, ya que su estancia en la cárcel le predisponía a cierto recelo. Hasta que, un poco acicateada por don Gregorio el cura, comenzó a pensar en la posibilidad entablar conversación a fin de verlo como un ser humano normal, como un hijo de Cristo, libre de las telarañas que lleva tras de si el hecho de haber sido acusado de robo; delito del que, después se demostró, fue falsamente involucrado. Luis, un día que se encontraba solo con ella, en la sacristía, preparando ramos de flores para colocarlos en jarrones al pie de las imágenes, al ver que se tropezaba la cogió del brazo; pidiéndole, de inmediato, perdón por su atrevimiento, su intención no había sido, en modo alguno, el molestarla. Ella disculpó ese gesto y le dio las gracias por no dejarla caer. Entablaron una conversación de lo mas banal sobre cosas de la iglesia. Fue el comienzo de una relación que terminaría cuando, a pocos meses de casarse, la enfermedad retornó mas virulenta y murió.

Luis 'El Lorito' sintió mucho la muerte de Angustias. Lloró desconsoladamente y se encerró en casa de sus padres durante varios días. 

A su manera llegó a quererla. No con un amor puro, no. El cariño aparecía envuelto en la casa grande de los padres de ella, única heredera; forrado de tierras y de ganados y de árboles frutales y viñas. El fallecimiento de su novia fue la muerte de todo. 

Su voz suave, su  timidez, unido a su riqueza al alcance de la mano, se le metieron tan dentro que al quebrársele sintió un desgarrón de entrañas y lo anonadó. Y es que, por mas que hizo, no consiguió salvarla. Le llevaba agua de la Fuente del Caño y hojas de negrillos recordándole las tardes de paseo por esos lugares y animándole a superar la dolencia. Ella sonría. O bien se arrodillaba delante del altar de San Cristobal prometiéndole mil cosas si salvaba a su novia. Promesas que le contaba a la enferma. Esta asentía ofreciéndole una sonrisa. Desde el mirador de la iglesia recorría su vista las tierras que aparecían ese septiembre como una alfombra de remiendos verdes. Era la dulce otoñada que a Luis le resultaba amarga. Por doquier mirara allí aparecía una finca de Angustias. Y era a Angustias a quien veía. Angustias que se iba. Y no podía retenerla. Tentado estuvo de tirarse mirador abajo. Varias veces.

Argimiro 'El Modorro' lo visitaba todos los días. Lo consolaba. Lo animaba a salir a fuera, a la calle, a comprobar que la tierra, el mundo... seguía su curso. 

Sabía que su amigo tenía razón pero se consideraba derrotado. Necesitaba pensar, hallarse a si mismo; y el hogar de sus padres no era el lugar mas apropiado para esas intimidades. A cada movimiento su madre chocaba con él. El ruido de la poca loza se amplificaba en el espacio reducido de la cocina. Si se echaba en el camastro al poco casi no podía respirar por el humo de la lumbre del hogar, cuya chimenea no tenía capacidad para expulsarlo y se extendía por toda la estancia. Si su padre venía del huerto familiar o de ganar el jornal, contratado para alguna labor del campo, la casa se volvía aun mas pequeña. Hasta las caricias de la madre llegaron a irritarle y los reproches de su padre lo hacían iracundo. Por todo ello, al cuarto día, por la mañana, se acercó a la iglesia. Allí, en el silencio del templo, con el olor del incienso y el sonido de las campanillas movidas por los monaguillos puede pensar. Lo miran, si, las feligresas. Las beatas se compadecen de él. Pero no le importa. Había aprendido a cerrar el rostro a las influencias externas para que nada trascendiera fuera de lo que él deseaba. Fiel aprendiz del párroco quien escondía sus sentimientos tras una leve sonrisa.

5. Doña Delfina Delgadillo

Don Gregorio le abrió las puertas de su casa. Doña Florinda otras puertas.

Ambos, para qué negarlo, lo hicieron con la intención de que su estancia fuera lo mas corta posible. Y pensaron de inmediato en alguna otra candidata que pudiera ayuntarse con el Lorito en santo matrimonio. Por mas que cuentan y repasan no hallan ninguna digna de él. Todas o casi todas las beatas están casadas y las pocas solteras o eran muy viejas o estaban ya marcadas. Se motejaba entonces así, 'marcadas', a las mujeres que habían tenido novios y por lo que fuere la relación se había acabado, también recibían ese apodo las mozas cuyas relaciones fueren de puro goce carnal, sin perspectiva matrimonial, a las que llamaban casquivanas y otras palabrejas insultantes. Y no, en aquellos tiempos no se perdonaba el que una mujer fuera libre de hacer con su cuerpo lo que le diera la gana, tampoco en los hogaño reina el paraiso de la libertad, pero hay otra mentalidad y se perdonan mas esos pecadillos. De modo que ningún varón, joven o adulto, podía aceptar un ejemplar femenino ya usado por otro, a no ser para aliviar sus ardores. Tengo que decirte que, aunque escasas, también las había de esa materia.

La única que se salía de esos cánones establecidos en tácito acuerdo a lo largo de años y años, era doña Delfina, dueña de buenas tierras de sembradura y regadío, viñas, palomares, josas y ganados, señora del Palacio de Los Delgadillos, mansión de Fuentespreadas, con escudo y todo. Mas ella no entraba en esa clase de mujeres a las que podía influir el párroco don Gregorio. Iba poco por la iglesia a no ser domingos y fiestas de guardar. Había otro impedimento para abordarla  y es que acababa de morir su íntima amiga Angustias. Sería contraproducente presionarla, si se dejaba, con el fin de que sustituyera a la difunta. Eso lo sabía el cura y solo de pensar en la reacción hirsuta, agria, iracunda, de la rica del pueblo, al mosén se le erizaba el pelo y eso que había demostrado ser un hombre bragado.

Lo que no sabían ni el cura ni la sobrina es que además, doña Delfina, tenía ciertos recelos hacia Luis 'El Lorito' fruto de lo que le contaba su criado Argimiro 'El Modorro'. Aunque esos resabios habían sido mellados en parte, y sin querer, por las tretas, argucias, arrojos o valentías que, dichas por su jornalero con la intención, aviesa, de rebajar su figura, tanto las resaltó y engrandeció que fueron adquiriendo, en la imaginación de su ama, estatura primero de pilluelo y luego de alta hombría; es decir de un varón varon, echao palante, casi un modelo para una mujer.

Si a estos atributos le sumaba a Luis sus estudios de latines durante varios años, su estancia en la cárcel y su seriedad en la iglesia, sus pocas palabras, su trato amable pero frío con las feligresas, las demostraciones de dolor por la muerte de su amiga que, ella, calibró de sinceras, componían un cuadro misterioso, contradictorio, sugerente. Y por ende le atraía.

Mas, para no te llames a engaño, toda esa suma de factores positivos y negativos, que tanto le atraían, no daba por resultado una inclinación hacia el hombre como varón compañero de una mujer sino que, todo lo contrario, incrementaba su desconfianza. Y cimentaba la negativa a no ajuntarse con nadie. Si quería conocerlo mas, era por puro deleite intelectual; deseaba despiezarlo, analizarlo como se hace con un ejemplar extraño de la fauna humana, para saber de sus interioridades. Y aunque reconociera, para que ocultarlo, su imantación objetiva viéndolo,  como lo viera, deseable para una hembra, por su físico: alto, fuerte, rubio, ojos azules, melena larga... deseaba diseccionarlo pues no terminaba de aprehenderlo, se le escapaba a su intelecto como un pez de las manos. Por eso precisamente no se fiaba de él.

La curiosidad de Delfina por clarificar lo oscuro le venía de niña. El por qué, que durante una época tienen los niños, le había seguido a lo largo de su vida. Ese anhelo de saber mas se lo produjo, curiosamente, un libro de texto de la escuela llamado 'Flora'. Poca cosa, pero allí aprendió por ejemplo el nombre de los 33 reyes godos, lo que la encaminó a profundizar en esa época de la historia en libros que su padre tenía en las estanterías. Como no tenía mas descendencia, su padre le animaba a seguir leyendo y la guiaba por el laberinto de la biblioteca. Allí comenzó a leer a poetas que tenían nombre de santos o devotos, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa o Fray Luis de León. Becquer también cayó en sus manos y Larra y algunos mas, pero no le llegaron tan hondo como los tres anteriores.

6. El Sargento Vargas

Doña Delfina, para decirlo todo, tampoco ocupó mucho tiempo de su pensamiento en el tal Luis 'El Lorito'. Como cotilleo del pueblo se interesó por él, por una corta temporada, cuando lo metieron en la cárcel. Poco mas. Si le prestó mayor atención fue a raíz de la muerte de su amiga. Le preguntaba varias veces a su criado Argimiro. Hasta se acercó al Lorito para preguntarle cómo se encontraba y de paso recordar a su querida Angustias.

Pero no fue indiferente a los hombre. De joven, doña Delfina, estuvo prendada de un mozo de su pueblo que apenas se fijo en ella. Ni siquiera la sacó a bailar. Nunca. Luego, el joven se casó y ella se vio obligada a olvidarle. 

Otro hombre que llamó su atención no era de su pueblo sino de una localidad andaluza que, unas veces, decía llamarse Alicate, otras Zahora. Era a la sazón Comandante del Puesto de la Guardia Civil. Lo llamaban Sargento Vargas. Su tez morena, su bigote, el brillo de sus ojos negros, su apostura, siempre tieso, siempre firme, si bien producía una cierta frialdad al final le atrajo. Lo conocía de las visitas que hacía a su padre para revisar el fusil mauser, ya que su progenitor pertenecía al Somatén, o simplemente para charlar. Entonces pasaban al salón y ella les servía una copa de licor café que su madre elaboraba. Varias veces lo vio fijándose en ella. En una ocasión que su padre no se hallaba en casa le dijo frases galantes. Su ceceo le produjo risa a Delfina y el guardia civil se quedó un tanto corrido.

-Se rie de mi, señorita.

-No, no... ¡por favor! Es su acento al hablar... Me resulta chocante.

-¡Ah! Aun tengo el deje de mi pueblo.

-¿De qué pueblo es usted, si no es una indiscreción preguntárselo?

-¿Por qué iba a serlo? De Alicate, Málaga.

-¿Es malagueño?

-Así es señorita, para servirla. Mi pueblo es muy bonito. Casa enjalbegadas. Blanco, todo blanco. Y el mar. ¡Ah! el mar... De noche... las olas del mar se arrastran por la arena de la playa produciendo un sonido de roce, como la seda por las piernas de una moza. Es un frufru excitante que...

-¡Oh, señor Comandante! Me va a sacar los colores. 

-Perdone, perdóneme...

-Le perdono. Y dígame... ¿se encuentra a gusto aquí?

-No me quejo. Cumplo órdenes. Pero... allí... en la casa de mis padres...

Y el guadia civil se extendía en alabanzas de su pueblo, del mar, de la pesca... Hasta que llegó su padre y la libró de esa catarata de palabras, muchas de ellas cortadas al uso de su tierra, lo que hizo que el entendimiento de lo que quería decir le resultase a Delfina, como castellana, dificil de desentrañarle el sentido.

En otras ocasiones la charla se repitió con pocas variantes. Si ella, por meter baza, y variar de tema, introducía la conversación por derroteros de literatura hablándole de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz o de otros escritores menos religiosos como Becquer, Larra... se quedaba sin decir nada o se reía de los textos que ella citaba.

Delfina le preguntó a su padre sobre la opinión que le merecía el Sargento Vargas.

-Es una bestia. Todo lo resuelve fusilando a los que no piensan como él. Por otra parte no hace mas que repetir lo que los superiores dicen. Y si le llevas la contraria lo toma como un ataque al cuerpo. A ver si me entiendes bien, hija: no digo que sea un asesino. O si... ¿Quien sabe?... Los fusilamientos son de boquilla porque no tengo información de que haya matado a nadie. Lo que quiero decirte es que es mas bruto que un arado. Se puede hablar poco con él. Yo le respeto. Me cuenta quienes son los revoltosos y de paso se bebe una copa y se va.

La opinión vertida por su padre coincidía casi con la suya propia. No por eso dejó de pensar en él. Pero con menos admiración. Hasta que poco a poco se fue extinguiendo el fuego que, al principio, ardió con llama, eso sí vacilante, pero llama al fin. Después el Sargento Vargas fue trasladado a otra comandancia. Y ya, sin su presencia, el fuego se apagó. Solo quedaron cenizas que el tiempo aventó.

7. Conquistando la fortaleza

-Esta parte del relato -me dijo Pedrito- es, en muchas partes, imaginación del pueblo. Que la ha hilado con hechos comprobados y medias verdades.

Un día, Luis, esperó a la entrada de la bodega a Remigia, la mujer del carpintero con la que tenía amoríos. Como tardaba bajó los escalones, abrió la espita de una cuba y se llenó una jarra. Hacía mucho calor. No solo él, en el corral las gallinas se refugiaban en las sombras, ahuecaban las alas y abrian el pico, los bueyes, las vacas y la burra hacían lo propio: Los cerdos en sus pocilgas gruñían suavemente. Tenía sed. Bebió un trago. Al hacerlo recuerda la primera vez que, como marido de doña Delfina, bajó a la bodega. No se le olvida que gritó con ganas, con la fuerza del que se considera libre de alguna opresión:

-¡Esto es mío! ¡Sí! ¡Siiiiiii!

¡Cuánto tiempo! ¡Ya diez años! Quién lo diría. Todo empezó cuando ella se le acerca a preguntarle que cómo se encuentra tras la muerte de su novia.

-¿Cómo quiere que me encuentre? Mal, muy mal.

-Comprendo. La querias mucho, ¿no?

-Ya lo sabe usted. Ella se lo contaría.

-Si. Me hablaba mucho de ti. Estaba tan ilusionada...

-Pensábamos hacer muchas cosas. Y ahora... -y se le rompió la frase.

-Tranquilo. Lo superarás encontrando otra que te quiera.

-¿Usted cree?

-No me cabe duda. Un mozo como tu... guapo, educado, prudente...

Le costó al 'Lorito' romper la barrera de la indiferencia de doña Delfina. Un hecho luctuoso fue crucial en las relaciones de ambos, aunque Luis no llegó a captarlo: la muerte del padre de Delfina. A partir de ese día, ella, por las noches, notaba la soledad oprimiéndole las sienes. Se hacía preguntas sobre su destino, sobre el paso inexorable del tiempo. El éxodo de golondrinas y vencejos le produce tristeza. Estaba sola. Luis 'El Lorito', con la ayuda de su amigo Argimiro, fue escalando peldaños hasta la ocupación completa y definitiva del territorio. Mas para ello tuvieron que aventurarse a una acción que, por poco, le cuesta la vida. Como Luis comprobase que sus relaciones no pasaban, eso pensaba, de las charlas frías, cordiales, prendieron fuego a la tenada del corral donde se guardaba, además de heno y leña, los manojos, que confeccionan trenzando los sarmientos de las cepas. Era un material altamente combustible que podía propagarse a las casas contiguas e incendiar el pueblo. Luis, surgido de improviso y como de la nada, se involucró tanto en apagar el fuego que un madero ardiendo le dio en la cabeza perdiendo el sentido. Entre alguos vecinos lo sacaron de alli. Cuando recobra la conciencia se halla en el zaguan del Palacio de Los Delgadillos y doña Delfina lo atendía. Lo primero que hizo fue preguntar por el fuego.

-Ya está apagado -responde el ama.

-La gente se ha portado muy bien haciendo una cadena de herradas llenas de agua...

-Pero la contribución tuya ha sido esencial. Y por poco te cuesta la vida.

-He cumplido con mi deber.

-De eso nada. Has arriesgado la vida y no merecía la pena. Le tenada se puede rehacer.

-O sea  que nos hemos expuesto por nada.

-No, no es eso. Quiero decir que no vale la pena morir por una tenada. Pero yo te lo agradezco. Si te hiubiera pasado algo... -y comenzó a llorar.

-No llore -y le acarició la cara.

Entonces ella lo abrazó.

8. Matrimonio y cálculo

Luego todo fue pan comido. Y rápido. Si se alargó mas en el tiempo la relación prematrimonial fue mas por dilaciones de él que por reticencias de ella. Quería tener todo bien atado y no sufrir un descalabro como con Angustias. No pensaba en la muerte, aunque nadie se podía ver libre de ella, porque Delfina era una mujer sana. Era en otra clase de contingencias en las que veía el peligro: la visita inesperada de algún anticuario a los que debía dinero, que se manifestaran públicamente sus escarceos con doña Delfina, el descubrimiento de su ambición desmedida. Y, por qué no, que ella se volviera atrás. Empezaba a conocerla Luis y sabía que el matrimonio, como ella lo veía, era un contrato con un ser de inferior categoría al que se quiere poseer como guardián o vigilante de la casa. Una especie de Sargento Vargas particular. El amor no entraba en la galería de prioridades. Para él tampoco pero no quería que lo descubriera. De momento. También lo quería como garañón para darle hijos. Alargó el tiempo porque, además, prefería demostrar su sumisión y la potencia de su brazo a la dama para que no se retractara. 

Por fin llegó el día de la boda. Boda sonada como correspondía a la señora del Palacio de Los Delgadillos. Remedando aquel romance de Machado (Don Antonio) que leíamos en la escuela: 'Muy ricas las bodas fueron, / y quien las vio las recuerda: / sonadas las tornabodas / que hizo Delfina en su aldea; / hubo gaitas, tamboriles, / flauta, bandurria y vihuela, / fuegos a la valenciana / y danza a la aragonesa'. 

Y por la noche, en la cama... ¡zas! el gatillazo. Bebió mucho y cuando acarició un pecho tan pequeño, acostumbrado a los senos abundantes de doña Florinda, no podo penetrarla. ¡Qué desilusión! Fallo que, ajeno a sus cálculos, logró salvar por la mañana, disipados los vapores etílicos, cuando descubriera, como descubrió, asombrado, el hermoso trasero de su esposa. Lo acarició. Se le encendió el deseo y la cubrió al estilo perro, con ganas, descargando toda su fuerza vital acumulada. 

A ella le gustó. O eso dijo doña Delfina. 

Mas tarde, cuando comprobara, sin género de dudas, su embarazo, volcó toda su atención en el ser de sus entrañas olvidándose por completo de su marido, quien buscó la manera de saciar sus apetitos carnales en prostíbulos de la capital cuando la visitaba, como la visitó en numerosas ocasiones, en días señalados o con el pretexto de acudir a las ferias de ganado o a entrevistas con antiguos conocidos anticuarios. 

En casa, este apartamiento de la pareja quedaba compensado en Luis 'El Lorito' por el ajetreo continuo conque se empeñó para dirigir la hacienda. Como uno mas se le veía arando o regando o vendimiando o con la hoz en la mano segando, parecido a un miembro mas de la cuadrilla de segadores; y llegado el descanso se sentaba, con manifiesta humildad,  uno cualquiera mas de sus criados, en el surco, a desayunar; y en la mesa de su casa, hombro con hombro, a comer o cenar con los jornaleros. Y en el bar se unía a ellos cuando chateaban, pagando las rondas. Uno de ellos achispado gritó un día:

-¡Viva don luis!

-Mira este... don Luis me llama... ¡Será gilipollas!

-No te enfades. Lo hice sin maldad.

-Bueno, bueno... ¿Lo perdono?... ¿Si?... Te perdono. Pero que no se vuelva a repetir.

Y todos gritaron riéndose:

-¡Viva don Luis!

Cuando nació su primero y único hijo, llamó a Argimiro diciéndole que quería celebrarlo en la bodega con los jornaleros, encargándole que se lo comunicara a las familias. Lo que hizo con puntilloso esmero, yendo casa por casa. Allí les decía:

-Con motivo del feliz alumbramiento del ama, doña Delfina y don Luis les invitan a una meriendo en la bodega el día...

Poco mas tarde cuando lo bautizaron la invitación se hizo extensiva a todo el pueblo. Para ello el pregonero se encargó de llevar la noticia por todos los puntos cardinales de la aldea de Fuentespreadas:

-Se hace saber a todos los vecinos que, don Luis y doña Delfina, les convidan, esta tarde, a las cinco en punto, después del bautizo de su hijo primogénito en la iglesia parroquial de San Cristóbal, a una merienda cena en el zaguan y aledaños de su palacio.

9. Don Juan T. y la Remigia

-Pues si: ¡yo soy don Luis! -gritó y el eco 'don luis' resonó por toda la bodega lo que le hizo darse cuenta de donde se encontraba. 

Miró el reloj. La moza se retrasaba. 

Bebió un trago de vino de la jarra. El líquido se adhería a las paredes del paladar antes de trasegarlo. La lengua recorría la boca regustándose de cada molécula de ese fluido de dioses

-¡El vino divino! -y rió de la rima.

El silencio siguió a su verso. Completo. Total. Arriba de la bodega, en el corral, una gallina comenzó a cacarear, escandalosa, para que se enterara el gallinero de que había puesto un huevo. Tendría que buscar a ver donde tenía el ave escondida su nidada. 

Miró al techo de bodega. En la semioscuridad se veían los murciélagos colgados del techo. 

-No viene. Mucho don Luis... Mucho don Luis querido, pero no acude.

La masa negra de murciélagos se movió ligeramente, como en la bodega de don Juan T. Fue allí donde la conoció. A la moza que esperaba. Recuerda que, por entonces, estaba metido ya de lleno entre los ricos del pueblo. Era, por lo tanto, don Luis con derecho propio. Para subrayarlo le había invitado a su bodega, ¡ahí es na!, don Juan T. Se sentía orgulloso. Es que don Juan T. era admirado y respetadísimo en el pueblo y en todos los pueblos y aldeas del contorno y hasta en Zamora capital. Rico, guapo, bien vestido, educado, simpático... Un dechado de virtudes. Se le conocían relaciones con numerosas mujeres de numerosos pueblos. Nada mas llegar -se decía- jinete en su yegua blanca, a la fiesta de una localidad, las mujeres suspiraban por don Juan T. Sin ir mas lejos, allí mismo, en Fuentespreadas, tenía hijos con dos mujeres y amores con otras; pudo comprobarlo Luis en aquella bodega. Charlaban entre trago y trago de vino, cuando se oyó, arriba, en la puerta de la bodega:

-Don Juan. Soy  Remigia. Puedo bajar.

-¡Vaya! -exclamó el aludido a su contertulio- Ya está aquí esta. Ahora que no tengo ganas.

-¿Remigia, la mujer del carpintero?

-La misma.

-Es hermosa.

-Y calentorra -añadió- ¿Quieres que baje?

Luis no dijo nada pero don Juan T. gritó:

-Baja, baja. Estoy con un amigo.

-Entonces, otro día, señor.

-¡No, coño, baja! Lo conoces y te gustará tratarlo.

La moza se acerca a ellos, se sienta y bebe. Don Juan pretexta excusa para ausentarse y se va a su casa. Hablan Remigia y Luis, se acercan, se tocan, se excitan y follan, mientras los murciélagos se mueven tímidamente.

-Empero, ahora, no aparece, la hija puta.

10. Una bronca monumental

-Empero ahora no aparece, la hija puta.

Por su culpa había tenido una bronca mayúscula con su esposa que terminó mal. Muy mal. 

Llevaba tiempo viéndose a escondidas, o eso creía él, con la Remigia. Esta le enviaba misivas como citas con palabras tan ardientes que semejaba una novia en los primeros días de idilio. Se las entregaba a su amigo y criado Argimiro 'El Modorro'. En la bodega de don Juan T. o en la suya propia, se las leía a los amigos entre risotadas del auditorio que el vino instalado en sus estómagos amplificaba. El destino las cartas, tras el jolgorio, era el fuego o el cesto de la basura. Pero el caso es que una de ellas debió de dejar olvidada en la chaqueta y su esposa Delfina, ordenando un armario, la encontró. Por la fecha en que ocurrió el tremendo desencuentro y la data de la carta debió ser escrita numerosos meses atrás, casi un año. Es de suponer, por el tiempo transcurrido hasta que se la tiró a su esposo, que estuvo cavilando largamente y observando el comportamiento de su esposo al objeto de cerciorarse de que, lo leído, era real y no imaginaciones de la mujer del carpintero. Su fiel Argimiro lo confirmó, añadiendo otras aventurillas, siempre disculpando a su amigo Luis; eso sí, con frases de una venenosa inocencia. Delfina, por el buraco de la despensa, que dejaba ver parte del corral por el se accedía a la bodega, vio, con sus propios ojos, a la Remigia dirigirse a la bodega en mas de una ocasión. La sorpresa primero, la indignación después, dieron paso a la amargura. Amargura que se le fue empozando a la señora del Palacio de los Delgadillos mientras soplaba con el fuelle la lumbre del hogar. Amargura y fuego formaron un cóctel que no tardaría en explotar. 

Un día, por la mañana, después del desayuno, don Luis comunica a su señora que se va de viaje a Zamoras capital con el fin de arreglar unos asuntos.

-¿Unos asuntos? ¿Qué asuntos? Los que tienes con alguna furcia de las que te chupan mis cuartos.

-Mira lo que dices, mujer. No están en tus cabales.

-Digo la verdad.

-No te consiento que...

-Además de engañarme con mujerzuelas como la Remigia, ¿me vas a prohibir hablar? A mi, precisamente a mi. No te lo crees ni tu.

-Estás loca. Alguien te ha alborotado sesera.

-Y esto ¿qué es? -y le tiró la carta.

-Y yo que sé. Inventos tuyos. De rica malcriada.

-Eres un cabrón, un sinvergüenza, un... Maldito el día que me casé contigo. ¡Vago, mas que vago!

-Te vas a tragar esas palabras -y se dirige hacia ella con la mano levantada para abofetearla.

Argimiro y su hijo de ocho años se ponen delante de doña Delfina defendiéndola. Eso enfurece de tal modo a Luis que arremete contra Argimiro, le da una patada en el muslo y,  no contento con ello, le suelta un puñetazo en la nariz por la que comienza a sangrar, luego lo agarra por la camisa llevándolo, casi a rastras, hasta la puerta de la casa.

-Vete de aquí y no vuelvas jamás.

En ese momento 'El Modorro' saca la navaja del bolsillo e intenta clavársela a Luis que la sortea como puede y empuja al navajero con fuerza al suelo. Cierra la puerta y regresa a la cocina. Se drige decidido a pegarle a su mujer pero oye el llanto de su hijo que está acurrucado al lado de su madre y que no había visto. Lo mira. Se estremece. Para no ver sus ojos, se da la vuelta pegándole una patada a una silla y deprisa se llega al corral. Al ensillar el caballo se da cuenta que tiene una herida en el brazo. La navaja de su antiguo amigo le ha hecho un corte. La sangre lo cabrea mas, salta a lomos del animal y se lanza al galope hasta las afueras del pueblo dejándole que vaya por donde quiera. Los nervios fuera de si, los ojos brillándole, la cara roja y la comisura de las labios enblanquecidos por la espuma. 

La mujeres se asoman a las puertas. Cuchichean. 

-Algo grave ha ocurrido. Tiene el brazo ensangrentado.

Pateaba trigales con su galope, cuando el caballo se encabrita de repente. Tiene que mantener el equilibrio para no caerse. Es una culebra. Se desvía. Mira en derredor. El cielo azul, limpio, sin una nube. En un barranco almendros, en otro dos higueras; mas alla unos chopos sombrean una poza; a su izquierda el cementerio y al fondo, a lo lejos, una cuadrilla de segadores desayunan descansando. Se enfurece. Son los trabajadores que ha contratado para la siega. Y están vagueando. Hacia allá dirige al caballo para descargar su rabia, su ira, que no ha podido vaciarla contra su mujer. Aunque ya ajustará cuentas con ella. Antes se van a enterar esos vagos de quien es don Luis 'El Delgadillo'. De él no se ríe ni Dios. 

-Hasta esas podíamos llegar. A que a uno se le suban a las barbas unos mindundis. Eso nunca. 

11. Enfrentamiento con los segadores

El viento le da en la cara, agita sus cabellos rubios que se mueven paralelos a las crines del caballo. Aprieta las espuelas. El caballo corre casi desbocado. Aceza. Lanza espumarajos por la boca.

Llegado al trigal, desde el caballo les grita:

-¿Os pago para segar o para el hacer el vago?

-Señor, es la hora del almuerzo.

-No hay almuerzo que valga. A trabajar.

-Llevamos, don Luis, desde las cuatro de la mañana.

-Mucho cuento es lo que tenéis.

-No le hemos dado pie a que nos insulte.

-Hablo así porque me sale de los cojones.

-Nosotros también tenemos los nuestros -dice el mayoral de pie y con la hoz en la mano al ver al caballista coger un látigo. Se levanta la cuadrilla con las hoces dispuestas.

-Bueno, dejaros de historias y a trabajar inmediatamente.

-Lo haremos al término del almuerzo -añade con firmeza el mayoral.

-¡Ah, si! Esas tenemos. Ahora mismo os denunciaré a la Guardia Civil.

-Haga usted lo que tenga que hacer.

Da vuelta al caballo y, también al galope, se encamina al cuartelillo de los civiles. Mas como está en otro pueblo que dista varios kilómetros tiene tiempo de reflexionar en lo que ha hecho. Intuye que ha llevado su furia demasiado lejos. Mas no puede dar marcha atrás ahora. Ni consentir que unos jornaleros se le rebelen. En esto recibirá, sin duda, el apoyo de los propietarios. La Guardia Civil tomará nota del nombre del revoltoso mayoral y le zurrará bien la badana. En cuanto a Argimiro 'El Modorro'' le tenía ya mas que harto. Sabía de sus secreteos con el ama. ¿De qué iba a saber ella si no se lo cuenta el Modorro de sus aventuras amorosas? Y, además, el papel está seguro que ha llegado a poder de su mujer por el mismo conducto: el chivato de su criado. 

Es cierto que, así, echándolo de casa se ha hecho un enemigo que sabe muchas cosas de él. No le importa. Nada. Él es don Luis, señor del palacio de Los Delgadillos. Y no hay mas que hablar. Y si su esposa vuelve a abrir la boca, se la tapona de un sopapo. Ya es hora de que se sepa quien manda en casa y quien lleva los pantalones en la mansión de Los Delgadillos. Que a nadie le quepa la menor duda.

Con la vista nublada por el mucho vino trasegado y dando traspiés se acerca al hueco de la escalera. Mira arriba.

-Na, que no viene.

12. Vuelta del Sargento Vargas

Se sienta en una piedra frente a la escalera. Desde alli se oía el ligero cacareo de una gallina y el rebuznar de la burra. Achispado, como estaba, por la jarra de vino tomada, a veces se inclinaba adelante y tenía que apoyar las manos en el suelo para no caerse de bruces. Se quedó sentado, tieso, en la piedra. Mas poco a poco se fue yendo para atrás. Y se hubiera caido de espaldas pero resulta que se lo impide un poste que el padre de Delfina, antaño, mandó colocar al carpintero para sostener el techo que, en ese lugar, se estaba agrietando. Y así se quedó, espalda contra el poste, los ojos semicerrados llevando su pensamiento brumoso a una situación parecida: sentado en otra piedra debajo de un pino, recostado contra el tronco, mirando al pueblo donde estaba el cuartelillo, en el que pensaba poner la denuncia contra el mayoral de la cuadrilla de segadores.

La verdad es que el guardia de puerta le dijo que el señor comandante del puesto había ido de misión a Fuentespreadas, pero que no tardaría mucho en regresar. Hasta ese momento se entretendría yendo a la cantina. 

Charla con algunos propietarios conocidos que estaban jugando al dominó. Les puso al corriente de su enfrentamiento con los segadores, particularmente con el mayoral. ¡Ah, el mayoral! Conocían al mayoral. Era un mal bicho. Aprobaron su firmeza y estaban dispuestos a acompañarle al cuartel.


No es necesario, señores. Muchas gracias. Para este cometido me basto y me sobro. Con Dios. Voy, que ya habrá llegado el sargento.

-Que le vaya bien, don Luis.

Le pasaron al despacho. Cuando lo vio tras la mesa supo que su empeño no le saldría bien. Era el sargento Vargas que, por lo que ve, lo habían devuelto, otra vez, a esta comandancia. Fue el que lo detuvo en la casa del cura don Gregorio por el asunto de las copas de plata. Aun le duelen los vergajazos. Y el mismo que antaño anduvo tonteando con la que hoy es su esposa.

-Sientese, por favor -dice Vargas- ¿a que debemos su visita?

-Quiero poner una denuncia.

-¿A Arginiro? ¿Por haberlo echado del trabajo?

-No.

-¿Ah, no? Pues porque entonces, ¿por defender a su esposa de usted mismo?

-Creo que en las cosas de mi familia no debe de meterse nadie. Ni usted tampoco.

-No, en cosas privadas no. Pero cuando trascienden y se hace público y alteran el orden son competencias de un servidor.

-En asuntos de mi casa no creo que deba usted meter las narices.

-Cuidado como hablas Lorito. Yo soy el sargento Vargas. Y se me debe un respeto.

-Bien, he venido a poner una denuncia contra el mayoral de los segadores, ¿puedo hacerla o no?

-Estás en tu derecho. Luego interrogaré a ese segador y a los testigos. Y a ti Lorito. No creas que porque ahora te llaman don Luis te vas a librar de la Ley.

-¿Está intentando herirme tratándome de tu?

-No te engañes, para mi eres el mismo chorizo de los cálices.

-Muy valiente pareces aquí, en el cuartelillo. Por eso hablas así.

-Hablo como me sale de los cojones. Yo soy el sargento Vargas.

-Me voy. A las pruebas me remito que no quieres cumplir con tu deber. Lo haré saber a tus superiores.

El guardia civil se puso rojo como un tomate, dio un puñetazo en la mesa y voceó:

-¡Número! -entra un guardia- tramita la denuncia que quiere hacer don Luis. ¡Enseguida, coño! -y se marchó dando un portazo.

Luis se despega del poste de la bodega. Mira al poste, mira a la puerta de la bodega.

-¡Ay, Remigia! Me las vas a pagar. -y furioso pega una patada al poste que vibra y su sonido se trasmite por la bodega.

Regresa a su asiento y acerca la jarra a los labios. Se ha acabado el vino. Se va hasta una cuba a abrir la espita. No atina pues los vapores del alcohol han subido a la altura de sus ojos y una niebla espesa lo circunda. Tambaleándose busca el candil. Lo enciende y destaba el agujero de la cuba. El chorro da en el culo de la jarra y el sonido de la jarra llenándose cambia de registro a cada segundo. El olor que desprende le hace respirar hondo. Se siente a gusto, feliz. Todo es suyo. El vino es suyo, la cuba es suya, el corral es suyo... La espumilla le recuerda la espuma del mar. El baño primero en una playa de Alicante. Al cerrar la espita ve el re cipiente donde pisan las uvas.

-Ha llegado la hora, como siempre, de sacar las mulas, emparejarlas para ir a la era del Juncal a trillar. Se está acabando el verano. Otro día te contaré el final de la histora.

-¿Me vas a dejar así? ¿En suspense?

-El deber es el deber.

13. Bañándose en el lagar

Y ansioso de saber el desenlace de la historia, me presenté en el pajar al día siguiente.

-Aquí estoy, Pedrito -le dije- para que me cuentes el final.

Abrió los ojos mi cuentista particular sin darse cuenta de lo que le decía. La mañana había sido de lo mas ajetreada: primero llenar costales y costales de trigo, pasarlos al carro, acercarlos a la casa, subirlos al sobrado, vaciar el grano de los costales en él; luego acarrear la paja hasta el pajar, que se dice pronto pero hay que hacerlo por partes: una, llenando el carro de paja; dos, llevándolo hasta el pajar; pero para ello hay que vaciar la paja del carro en la calle haciendo un montón cerca del buraco del pajar; finalmente, meter la paja con el bieldo por el hueco de la pared y distribuirla por las distintas salas, encalcándola con los pies desnudos; por cierto, escupiendo de vez en cuando porque el polvo se agarra a la garganta y la obtura; el cuerpo va acumulando polvo y se revuelve picando por todas partes... Por lo cual Pedrito estaba cansadísimo. Su mente se negaba a situarse en la esfera de una rocambolesca historia de antaño maricastaño.

-No sé de que final me hablas.

-Contaste que Luis 'El Lorito' al...

-¿Luis 'El Lorito'? ¿Quién es?

-¡Oh, no! Me estás tomando el pelo... Ayer dijiste que al cerrar la espita vio el recipiente en el que se pisan las uvas y... ¿qué? ¿qué pasó después?

Pedrito se pasa la mano la mano por la cabeza. La menea rápidamente como si quisiese quitarse el polvo y la paja del pelo.

-Si, ya me acuerdo. Es que... perdona... estoy tan cansado... pero si... si... Verás: al contemplar el lagar de pisar las uvas se le ocurre la idea de llenarlo de vino para bañarse con la Remigia. Si venía. Que ya lo dudaba. Dejó la jarra  y dio comienzo a la labor de trasvasar el vino de una cuba al lagar. Lo hizo a herradas. Cuando termina se le ha pasado un tanto la borrachera; pero tenía sed por lo que se sentó y bebió un buen trago de la jarra.

-Creo que esta no viene. Ella también me ha dejado. Como Delfina. Como mi hijo. Sus ojos me miraban de una forma... La culpa la tiene esa zorra de Remigia... ¡Me cago en su...! Mi hijo... -y se puso a llorar al recordar la actitud de su hijo.

Y es que, después de llegar del cuartelillo donde puso la denuncia, entró en su casa. Su hijo al verlo corrió a refugiarse bajo la protección de su madre. La mirada llena de miedo. No aguantó el espanto de sus ojos y se encierra en el despacho donde redacta una carta poniendo en antecedentes, del comportamiento del Sargento Vargas, a las autoridades provinciales.

La comida de ese día se realizó en silencio. Se cortaba la tensión con cuchillo. Hasta los criados comían sin hablar. Le cena tuvo la misma escenografía. Y así los últimos diez días. 

Por don Gregorio el cura -al que acudió con ánimo de que intercediera ante su esposa- supo que su comportamiento corría de boca en boca. Solamente los hombres mas ricos, y no todos, apoyaban su proceder. 

-En la cantina de los labradores mas pobres -le dijo el cura-  todos te critican. Dicen que te has vuelto un soberbio.

De modo que Luis se refugió en Remigia y ahora le volvía la espalda.

-La madre que te parió. Por tu culpa se ha roto mi matrimonio. Y mi hijo... mi hijo... -las lágrimas resbalan de sus ojos.

Bebe otro trago y la nebulosa retorna a su derredor.

-¡Luis, Luis, querido, aquí estoy!

Sintió que le tocaba y en un arrebato de ira por la tardanza la abofeteó una y otra vez.

-Pero... ¿por qué? ¿por qué me pegas? No he podido venir antes -y se abraza a él llorando.

Luis le rompe la ropa, la desnuda y en un relámpago de lujuria y de rabia la lleva hasta el lagar.

-Mira lo que te he preparado. Nos bañaremos en el lagar 

-Yo no quiero meterme ahí...

-Lo preparo para ti y ahora lo desprecias... Por tu culpa no me habla mi mujer y mi hijo... mi hijo... -Y la cogió por los pelos acercando la boca al vino- ¡Métete, coño, y bebe!

Remigia se sumerge en el vino del lagar. El la contempla.

-Eres hermosa como Popea.

-Una de tus queridas.

-Si, la conocí en Roma. Mientras nos bañábamos en leche de burra la bebía y me hacía beber. Elogiaba el sabor de la leche diciendo que al bañarnos nosotros adquiría un sabor exquisito -y se mete en el lagar y bebe- ¡Hum!... ¡Riquísimo! Bebe tu, cariño, bebe.

Remigia bebe del vino del lagar. El le mete la cabeza en el vino riéndose. Y ella tiene que beber a la fuerza. Cuando sale al aire se ríe. Se ríen los dos. Se pasa la mano por la cara, se chupa un dedo, se acaricia los pechos... 

Una oleada de deseo, un estremecimiento de lujuria, le nubla los ojos a Luis. Se acerca a la dama, la coge por detrás, le dice que se arrodille, le acaricia los órganos genitales, ella se estremece, entonces la penetra, una y otra vez; y, cogiéndole de los cabellos mientras empuja su verga, le dice:

-Bebe, hija puta, bebe.

Ella sumerge la cabeza. Bebe. Siente ahogarse. Saca la cabeza. Pide auxilio. Grita. Mientras mas grita mas la penetra, y mas le mete la cabeza en el vino. Ella consigue agarrarse a los bordes del lagar y levantando la cabeza fuera del agua respira y vuelve a gritar:

-¡Socorro! ¡Me matan! -dice entre el orgasmo, el miedo, el cansancio y el mareo.

-¡Lorito, Lorito! ¿Estás ahí? -se oye a alguien vocear.

Luis ha terminado de eyacular. Miraba a Remigia con odio. Estaba descansando agarrado a los bordes del lagar. La llamada le ha estremecido.

-¡Lorito, cobarde, gallina! No sabes pegar mas que a mujeres y niños. Ven aquí si tienes lo que hay que tener.

Luis sale deprisa del lagar y se lanza como un toro a la escalera, obnubilado por el alcohol y la rabia. Mira arriba. La luz le impide distinguir al que está a la entrada. 

-Aquí tienes mis cojones -dice Luis tocándoselos y corriendo descalzo escaleras arriba.

Comienza a vislumbrar al intruso y se vuelve rabioso y por ende mas arrojado. Cuando se halla cerca de él, este saca la navaja y le asesta varios navajazos en el vientre y empujándolo con fuerza escaleras abajo da con la cabeza en el poste. Acto seguido baja las escaleras, coge una maza de un rincón al que fue directo y rompe de varios golpes el poste que sujetaba el techo; este se viene abajo quebrando el cráneo de don Luis 'El Breve', señor del Palacio de Los Delgadillos. Sin perder tiempo deja el mazo donde estaba y antes de irse vocea:

-Sal de ahí, zorra, si no quieres quedar sepultada en vida

Remigia, testigo directo del crimen, sale del lagar, se viste con sus ropas desgarradas y sorteando las piedras desprendidas y mirando continuamente la parte del techo que amenaza derrumbarse sortea las piedras intentando llegar al primer peldaño de la escalera. Cuando iba a saltar la última piedra, el techo se viene abajo y la aplasta encima de su amante.

-Y colorin colorado...

14. Remate

-¿Ya está?... Pero, ¿quién fue el asesino?

-Nunca se supo. Aunque si condenaron al mayoral de los segadores.

-¿Fue él?

-El pueblo cree que no, porque sabe que cuando ocurre un asesinato y no se sabe quien ha sido el asesino hay que buscarlo entre los que se benefician con su muerte. 

-Y de entre ellos es muy posible que se halle el asesino, ¿no? Y el mayoral no ganaba nada.

-Eso. Los que ganaron con su muerte fueron -sin olvidarnos de don Gregorio y doña Florinda- el ama de Los Delgadillos, Argimiro 'El Modorro', el carpintero y el sargento Vargas.

-¿El sargento Vargas?

-Te extraña. Pero, según la opinión de muchos vecinos, el guardia civil estuvo involucrado en el crimen con el objetivo de casarse con la rica heredera del castillo y sus tierras. Si no lo consiguió fue porque, a raíz de la carta de Luis a las autoridades militares, lo trasladaron lejos de allí, poniendo a otro sargento, quien, examinando el cadáver, se dio cuenta, por las heridas, de que había sido asesinado. ¿Quién lo hizo? Eso no lo averiguó. Pero presionado por sus jefes y por los ricos propietarios de tierras que no olvidaban al mayoral y el mal ejemplo que sería no castigarlo prendieron al segador al que colgaron el muerto. Curiosamente, no fue condenado a garrote vil. Eso si, se pasó unos buenos años en la cárcel.

Las gentes de Fuentes supieron siempre que el mayoral no había cometido el asesinato de don Luis. No lo vieron a esa hora de la siesta en torno al corral. Si que vieron, medio escondiéndose, a Argimiro 'El Modorro', al carpintero y a sargento Vargas de paisano, con gorra plato que escondía sus ojos.

Me preguntarás, ¿si los vieron merodeando por el corral como no lo confesaron a la Guardia Civil?: la respuesta es fácil: no se lo preguntaron. Y aunque los hubieran interrogado tampoco despegarían sus labios porque llegaron a odiar al tal don Luis.  

Después de los entierros, a los que acudieron pocas personas, Argimiro 'El Modorro' regreso a la casona de 'Los Delgadillos' para dirigir las labores de la hacienda; y el carpintero fue contratado para reconstruir la tenada que, tras el fuego, había quedado destrozada; doña Florinda y don Gregorio respiraron tranquilos sin testigos de sus raterías. Solo dos personas lloraron la muerte de Luis: sus padres Eufrasia y Teodomiro.

Se cuenta que doña Delfina se recluyó en su casona, dedicada por entero a la educación de su hijo y a leer a Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. El vástago se hizo farmacéutico, abrió un local en Madrid, arrendó sus tierras y los veranos pasaba por el Palacio para cobrar las rentas a sus renteros. Pocos años después comenzó a vender las tierras dejando para el final la casa que también vendió. Nadie volvió saber nada del hijo de doña Delfina.

Cuando terminó Pedrito me quedé pensativo. Y en silencio. Se oía el respirar de las mulas, algún que otro carraspeo de las bestias y el abaniqueo de los rabos de los animales espantando las moscas que molestaban, El rayo de sol, que penetraba desde el tejado, venía lleno de motas de polvo. De repente le pregunté a Pedrito:

-¿De verdad todo eso sucedió en Fuentespreadas?

-¿Y por qué no podría haber pasado? 


FIN