Poco a poco, a paso lento,
mis ojos al perder luz,
me clavaron en la cruz
del eterno sufrimiento.
Hay que operar sin tardanza.
¿Dónde?, me dije: ¡a Bilbao!
Y a Bilbao con el 'recao'
me fui lleno de esperanza.
Ya en Bilbao, libre de enojos,
visité al doctor Arrúe.
Y para que su ciencia actúe,
pusew en sus manos mis ojos.
Así fue y bendita hora.
Ya pesa menos mi cruz.
La alegría de esta luz
es encanto de la aurora.
Es como darme la vida;
de un ojo barrió las nieblas
sacándome de las tinieblas.
Siempre estaré agradecida.
Con fe se vale por dos
y confianza me dan
los hombres como don Juan
que tienen algo de Dios.
Pido, postrada de hinojos
y en gratitud encendida,
que Dios conserve la vida
a quien dio luz a mis ojos.
(*) Faustino Parriego: Santa Clara de Avedillo (Zamora), 1971
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