domingo, 31 de julio de 2011

Faustino Parriego: La muerte del ruiseñor (*) (1)


 I)

Mal haya la escopeta de balines
en manos de muchachos malandrines.
Aunque hay mayores a los que también cuento
por tener un instinto igual de cruento.
Cazadores que cazan todo el año
nunca pensando en el ajeno daño.

Cantaba un ruiseñor entre la fronda
inundando mi alma en esa honda
que abarcaba su voz, melíflua y pura,
vertiéndose en raudales de ternura.
Día y noche, sin descansar, trinaba
enamorando a su hembra que anidaba.

Mas, ¡hay!, un chiquillo armado en él repara
y alzando su escopeta le dispara
matando al ruiseñor, ¡quien lo diría!,
quizá solo fue por probar su puntería.
Y allí quedó en la rama atravesado
dando fé del delito de un malvado.

Infelices las horas que vivimos
del mundo del teatro al que asistimos,
donde el telón se corre a la medida
que tape la ruidades de la vida,
invadidos por el humano enjambre
que mata por placer y no por hambre.

Triste quedó el trozo de ribera
que la alegría ya no recupera
pues no vinieron ruiseñores nuevos
porque la reina del rey murió en los huevos.
Vi el nido, tan escondido estaba
que la luz del sol no penetraba.

Metí la mao de esperanza incierto
y al tropezar el cuerpecillo yerto
de la esposa de un rey tan soberano,
que mi mano se heló ¡y era verano!;
aquel trono remansito de cielo
de sudario sirvió su terciopelo.

Dejó de oir la voz de su marido
y el miedo la atenazó en el nido;
sin comer ni ber, de angustia llena
la ruiseñora sucumbió de pena.
Abandonada así a su negra suerte
la muerte de su amado fue su muerte.

II)

A casa me volví lleeno de pena
y, cuando vi venir la luna llena,
otras veces alegree en sutilezas,
hoy venía cargada de tristezas,
mientras que titilaban los luceros
cual niños que, al llorar, hacen pucheros.

Aquel balín matome una ilusión
y, al veneno que ardió en mi corazón,
la ira encendió con fuerza hiriente,
pues no puede templar la lira el alma
si flecha de impiedad roba su calma.

Sé que valdrá poco, desde luego,
la pica que yo rompo en este juego,
si las auoridades, entre tanto,
no escuchan las verdades de mi canto,
que sin pretender que sea una delicia
se basa en el amor y la justicia.

Creo urge tomar unas medidas
contra estas acciones homicidas,
segadoras de vidas inocentes
y, sin querer saberse consecuentes,
siempre desde la sombra el inhumano
tiró la piedra y escondió la mano.

No le haré al inventor la guerra cruenta
porque yo admiro a todo aquel que inventa,
mas que por la escopeta, mi querella
va contra el uso malo que hacen de ella.
Y hay que educar, y sancionar si cabe,
cosa que de inocente pase a grave.

Si ser buen tirador es una ciencia
el practicante ha de tener conciencia,
que nadie puede verle con agrado
practicar entre gente y en poblado,
porque corre el peligro cierto
de que con un balín te dejen tuerto.

Tal vez digan que soy escrupuloso
y acaso demasiado quisquilloso,
si ante los hechos que he visto consumar
no haya podido menos que exclamar:
¡Mal haya la escopeta de balines
en manos de muchachos malandrines!

(*) Faustino Parriego, Santa Clara de Avedillo (Zamora) 1970.
(1) Para mi sobrina Nieves con mucho cariño.

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