miércoles, 31 de agosto de 2011

Antonio Tejedor: Fiesta del Gallo en Vinoria del Arroyo (*) (1)


"Dos días mas tarde, fiesta de San Esteban, celebrábamos la fiesta del Gallo. El día grande para los quintos. A partir de ahí se acababan las disculpas. El hombre he de cumplir como tal, en el tajo y en el amor. Eso se espera de él, que trabaje y forme una familia.

Por la mañana fuimos los tres con los caballos. Unas carreras suaves para desfogarlos, que soltaran las piernas y perdieran el miedo a estar entre la gente. Paramos en la plaza, a tomar un vaso de vino. Todos nos saludaban con una efusión que solo en tales fechas se muestra. Acaba doliendo la espalda de tanta palmada de ánimo, de tanta enhorabuena. Mi padre andaba por allí, con los amigos. Me dio un abrazo que por poco me parte en dos. ¡Ni que el quinto fuera él! Sucede con todos los padres. El orgullo de criar y tener ya a un hombre en casa. No sé quienes disfrutan más, si ellos o nosotros. 

Después de comer enjaezamos el caballo. Limpio y adornado como una novia, flores rojas en las anteojeras, la crin peinada en tirabuzones, la cola en una trenza con el realce de las cintas de colores. Con cada aderezo, una caricia, un susurro de tranquilidad. En este aspecto, no había problema, Jaen se dejaba dominar con facilidad, lo había montado muchas veces.Mi voz y una palmada eraqn suficientes para dejarlo calmo como una noche de verano. Mi padre apareció con la montura que fue del tío Pascual.  Noté una pequeña sacudida en el cuerpo, un extraño. No sabía qué hacer. Los titubeos duraron los segundos que cruzamos la mirada.

-Le prometí a tu abuelo que la llevarías este día.

-Murió antes de mi nacimiento.

-Ya lo sé, Adrián. 'El Gallo' del primer hijo, esa promesa me arrancó.

Suspiré con fuerza. Ante el recuerdo de los muertos, los vivos reculan. Un muro insalvable. La negativa significa una falta de respeto que nadie entendería. Mamá, menos. Desairarla es lo último que podía ocurrírseme en esta celebración. Ella también, a su forma (menos estentórea, por supuesto) se sentía orgullosa de que su hijo corriera el Gallo. Para ella iba a ser lo mejor del reparto, ese corazón que encierra todos los amores más allá de la tradición. Se lo merecía.

Los once quintos nos reunimos en la plaza, a esas horas llena de gente. La tarde se había quedado sin nubes y el soplo suave del viento dejaba los cuerpos ateridos. Los más viejos buscaban la solana y golpeban el suelo, que los pies entraran en calor. Los caballos se movían inquietos. Cuando la música rompió el primer pasodoble hubo que sujetar a mas de uno de las bridas.  Sobre ellos cabalgábamos, vestidos con trajes militares y vitoreados como héroes. Los reyes del mundo por un día. Protagonistas principales de una fiesta cuyo origen se pierde en la historia. Once pavos reales sobre omce caballos. Vinoria a nuestros pies, allá abajo. tan distante.

En la explanada de la fuente había clavado dos postes, uno a cada lado del camino que enfoca hacia La Nava. De uno a otro la soga. El gallo colgado boca abajo. De vez en cuando se encrespaba en un intento vano de huida. El gallo culpable de todos los amlres. Un saco de infamias iba a caer sobre él y por ello sería ajusticiado. De paso, quedábamos liberados de los delitos y pecados cometidos. El hombre, limpio, a la espera.

Bajo ese gallo echábamos 'la relación': un rosario de estrofas que buscaban adaptarse a las vicisitudes de la biografía grotesca del quinto, de sus familiares y amigos, envueltos en una buena dosis de ironía y humor a raudales.

Mateo declamó la mas divertida. Sus gestos y ademanes teatrales mostraban un actor de primera fila que la voz cantarina, pero poderosa de inflexión, no logró desmerecer. Los aplaussos con que la gente coreó algunas de las quintillas elevaron la temperatura ambiente hasta olvidarnos de la tiritera. ¡Cómo retorcía el cuerpo cuando ironizaba sobre el quiebro que le di al toro antes de caer en la cueva! No dejó títere con cabeza en el pueblo. Descartadas las alusiones políticas, hasta el cura apareció en algunas estrofas. irreconocible sin sotana.

El cuerpo del gallo se repartía simbólicamente al final de la relación. Para la madree una exigencia de la tradición y del cariño, el corazón. El resto de los despojos buscaba la chanza sin pretensión de sangre. Para El Tano, por ejemplo, le regalé el pico, que lo siguiera afilando cada día. Quedaba un último reparto. Los tres lo cantamos al unísono, como un homenaje.

-Las alas, para Poncio; que cuando se nos vaya, la sombra de su vuelo no abandone estos campos ni a estos amigos.

Había escuchado nuestras relaciones desde el coche de Roque el Poyo, empaquetado bajo una manta. La negativa de don Jacinto a que saliera de casa la rebatió con las palabras llanas y directas de siempre.

-Me quedan dos días de vida, doctor. No me sea cabrón.

Le emocionó nuestra dedicatoria. Su última alegría. Los aplausos de todos arrancaron lágrimas de unos ojos que yo creía secos. Aun tuvo fuerzas para sacar un brazo por la ventanilla u saludar. Roque, entonces, se lo llevó.

La fiesta continuó hasta bien entrada la madrugada. Ni el frío primero, ni luego la niebla llorona que invadió Vinoria a traición, sin previo aviso, lograron amortiguarla. Una fiesta que siempre me llegado al alma. Una jornada participativa en la que la gente de alguna manera se siente como un miembro mas de la quintada y donde los escozores y sarcasmos que de vez en cuando se descuelgan de las relaciones son asmiladas sin el acíbar del rencor, como una broma -a veces, pesada- que no va más allá del humor que exige el acto. Al término de la corrida del Gallo acuden al refresco, Para entonces, entre trago de vino blanco, algún chascarrillo y los dulces caseros, han olvidado la pequeña afrenta. Luego, el baile, la cena de los quintos. Un día para enmarcar."

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(*)
Texto extraido de las páginas de la novela de Antonio Tejedor 'Los lagartos de la quebrada' (2), páginas 291/292/293. Lo hemos puesto sin su permiso, si nos pide que lo quitemos, lo haremos enseguida.

(1)
Título nuestro

(2)
Novela: Los lagartos de la quebrada
Autor. Antonio Tejedor
Editorial: Mira Editores
Fecha: octubre de 2010
Lugar: Zaragoza
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Foto: El autor, Antonio Tejedor

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