I
No llores, pues, Narciso, en la ribera
del valle Montegordo,
cuando ya un rumor sordo
palpita, soñador, en la pradera,
como anuncio feliz de primavera.
En la lucha del calor y el frío
que rompe los cristales
del hielo, en espirales,
al deshacer las gotas del rocío
como perlas disueltas en un río.
El día se hace dueño de la noche
achicando su sombra,
mudanza que se asombra,
cuando el día, que luce con derroche,
vuelve a matar la noche en su reproche.
Busca por la mañana la ladera,
por el lado de Oriente,
ya que de Occidente,
al giro operatorio de la esfera,
solo el calor de la tarde recupera.
Mira al anochecer, Venus embiste
con fuerza arrolladora,
mientras que Martes llora,
cegado por su luz que se resiste,
como enamorado siempre triste.
Yo sé también que vives amargado
por el amor vivido
que tienes en olvido.
Si produjo el hastío lo logrado,
hoy no tenerlo te hace desgraciado.
Respetando la viña de Dondiego
sigue por el collado,
las yemas se han hinchado
al calor de natura puesta en juego
y el morisco será veneno y fuego.
Conduzco tu ganado hasta Las Matas,
allí está la laguna,
donde sed inoportuna
saciar pueden, metidas de patas,
las ovejas sumisas y beatas.
No creas viejas lenguas que corrieron,
y fueron cuentos tantos
de posibles encantos,
cuando los viejos tiempos ya se fueron,
que diz, por encantada la tuvieron.
Dicen que una 'sirena' (dic) fue avistada,
que los pastores la vieron
y que ante ella se rindieron;
mas por nadie fue besada
que no fuera la luna plateada.
Nadie pudo jamás verla de día
pues, cegado en su suerte,
por otra luz mas fuerte,
fue perla que de noche relucía
porque la luz del sol no resistía.
No te atormentes con esas historias
que en fantasías tuve
y al margen me mantuve,
haz de lo real escudo de tus glorias
y no tendrán por vanas tus memorias.
II
Porque veas tu cuerpo regalado,
ya buscando la siesta,
bajo la encina enhiesta,
colocarás tu pastoril estrado
de lirios y amapolas coronado.
Cuida, pues, con esmero, a tus mastines,
los que enmiendan tus yerros,
inteligentes perros,
importados acá de otros confines,
siempre leales fueron, nunca ruines.
Gústame verlos, uno a cada lado,
conduciendo el rebaño,
y en tal punto me extraño,
que distinguen la viña del collado
y lo mismo el barbecho que el sembrado.
Así llegan a las arriguerinas, (sic) (2)
del ganado paraíso,
donde te diré, Narciso,
que en el mundo no verás hierbas mas finas
por los montes, los valles, las colinas.
Y allí descansan felices con sus cosas,
tumbados en la hierba,
que fresca se conserva,
viendo como las bellas mariposas
van libando, en las flores, primorosas.
III
Por contraste de luces y colores,
en la otra orilla amena
llora tu Filomena.
El rosa de su invierno no echa flores,
sin la luz y el calor de tus amores.
En el nombre del Señor, no estés remiso,
rompe ya la cadena
que al silencio condena.
Vuelve a ella tus ojos, ¡oh Narciso!,
y ella será el Edén, que Dios lo quiso.
¿Por qué tu pesimismo no sacudes?
La escabrosa vereda
será mas llevadera,
siempre que el optimismo te procures,
y, si el amor anda en ellos, no lo dudes.
No dejes de querer lo que ella quiere,
porque, si mal no arguyo,
este silencio tuyo
mata, en su corazón, lo que prefiere,
mientras que, el tuyo, por lo mismo muere.
Vuelve a tañer la gaita postergada,
en el zurrón metida
tanto tiempo, dormida,
y una canción de vida, en la cañada,
sea de nuevo encanto de tu amada,
El silencio de ayer fue una locura,
y rota la cadena
verás que Filomena,
con tu canción de amor, sentida y pura,
a volver a tus brazos se apresura.
Cuando vuelve de nuevo la delicia
de su amor en olvido,
que daba por perdido,
su corazón, ardiente de Fenicia,
se abre como una rosa a tu caricia.
Mira como sonríe la fontana
con alegre embeleso,
cuando el sol, con un beso,
se filtra en su cristal, cada mañana,
saturado de perfumes, oro y grana.
De igual modo sonríe Filomena,
con muecas de embelesos
al calor de tus besos,
prisionera de amor, miel es su pena,
que es cadena de amor, dulce cadena.
Ya eres feliz del Coto a la Melera,
lo dicen las corrientes
de cantarinas fuentes,
me lo dice el balar de la cordera,
y el cantar de la alondra mañanera.
Y asegurando el paso en la pradera,
con hogaza morena
y amor de Filomena,
no llores ya, Narciso, en la ribera;
gracias a Dios llegó la primavera.
(*) Faustino Parriego, Santa Clara de Avedillo (Zamora) Abril de 1974
(1) Poema proporcionado por el profesor Angel Parriego y su esposa Mª Jesús Orejón
(2) 'Arriguerinas'. Esta palabra no la hemos encontrado en los diccionarios. Aparece solo en esta página de Internet: http://www.quintanadefuseros.es/forum/viewthread.php?forum_id=18&thread_id=5&rowstart=20
del portal, blog o página web: http://www.quintanadefuseros.es/news.php
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