viernes, 5 de agosto de 2011

Faustino Parriego (*): Día de Todos los Santos


Día de Todos los Santos,
día de muchas visita
a todos los camposantos.

A los que ya fenecieron.
Y a ponernos sobre aviso
delante nosotros mismos...

¡Qué triste está el cementerio
como remanso de paz
del que duerme el sueño eterno!

Día de Todos los Santos.
Las tumbas están cubiertas
de crisantemos y nardos.

Se han encendido las luces
y, al peso de las coronas,
casi se doblan las cruces.

Las mujeres enlutadas
parecen cosa olvidada.
Con los cuerpos encogidos
y las caras alargadas,
doloridas, angustiadas,
se disponen a rezar
sobre las tumbas sagradas,
con lágrimas contenidas
que son cual perlas mojadas
al borde de las pupilas.

Allí se ve a muchos hijos
en las tumbas de sus padres;
y allí se ven a las madres
en las tumbas de sus hijos;
y todos, deudos y amigos,
por el amor fraternal
en el dolor van unidos.

Un farol se ve brillar
que lleva una cinta negra
cual símbolo de pesar.
Si piensas como mortal
que habrás de andar el camino
que anduvieron los demás.
Si el tiempo, que es huracán,
lleva en un soplo la vida,
contempla como se van
las hojas que el viento arrastra
y para su pudridero
viene el arado y las tapa...

Así, en la hora postrera,
se van los cuerpos humanos
a pudrirse bajo tierra.
Por eso cree y respeta
que el arado viene en marcha
para tapar la hoja seca.

En esta triste jornada
ver una tumba sin flores
parece cosa olvidada.

Ha terminado el Rosario (sic)
y las gentes, cabizbajas,
pensativas, van marchando.

Las luces se han apagado
y muy triste, el cementerio,
ya muy solo se ha quedado.
...
Ya los monaguillos
recogen las velas,
quedan los cipreses
como centinelas.

(*) Faustino Parriego, Santa Clara de Avedillo (Zamora), 1967

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